Adoración Perpetua: El Cielo en la Tierra
Selecciones de La Sagrada Eucaristía,
por el Rev. José Guadalupe Trevino
La Eucaristía es el centro de la Iglesia fundada por Cristo. Es el alma de nuestro culto público, la síntesis de nuestra liturgia, y el manantial de nuestra vida espiritual.
Nuestro Señor Jesucristo instituyó la Sagrada Eucaristía hace mil novecientos años; y yo sostengo que en aquella ocasión memorable, el pensar en ustedes, queridas almas eucarísticas, le ofreció dulce consuelo a Su Sacratísimo Corazón.
Esto es lo que debemos hacer durante nuestra adoración del Santísimo Sacramento. Ya sea durante el día o por la noche, la hora de adoración debe reproducir la hermosa escena del Cenáculo: Juan reclinado en el seno de Jesús. El alma eucarística tiene dos puestos de honor: al pie de la cruz y sobre el seno de Jesús. Una cosa pide el otra; ambas se complementan.
Esas almas tienen que permanecer fieles a Jesús, fieles a su vocación, fieles a su misión especial, de manera que la Víctima divina, mirándonos desde la Sagrada Hostia en la custodia, como miró desde la cruz, pueda siempre ver, a Sus pies, a Sus almas escogidas, de las cuales puede decirse, igual que se dijo de Juan: “Ellas estaban en pie bajo la cruz.”
Las almas dedicadas a la Adoración Perpetua que, durante las horas pasadas ante la Sagrada Hostia quisieran imitar, al menos desde lejos, el fervor de áquellos que adoran en el cielo, no deben sorprenderse ni escandalizarse por aquellas debilidades como: cansancio, somnolencia, sequedad espiritual, y ese sentimiento de “yo no puedo”. Si usted se siente tentado a ver todo como una señal de indeficiencia de amor, usted está equivocado, Muy por el contrario, su disgusto, así como su lucha en contra de estas cosas,