Una
hora Santa para todos los días
Mons. Robert J. McCarthy - Watertown,
NY
Durante
más de 55 años he sido ministro del carnaval de los obreros
migratorios y he hecho una Hora Santa diaria ante el Santísimo Sacramento
en iglesias, capillas y monasterios en todo el continente. Quisiera compartir
mis experiencias, no para alardear, pero en la esperanza de que otros se
sentirán animados a hacer una Hora Santa diaria como parte de su
vida espiritual.
La
Hora Santa ante el Santísimo Sacramento comenzó para mí
un año antes de ser ordenado, cuando el Obispo Sheen visitó
mi seminario y retó a todos los seminaristas a hacer una Hora Santa,
como lo había hecho él por años. Yo comencé
mi Hora Santa diaria y, excepto en ocasiones de enfermedad o imposibilidad,
he hecho mi hora con Jesús todos los días desde entonces.
Durante
mis primeras asignaciones como párroco asociado, la Hora Santa era
la parte más importante del día para mí. A veces hacía
mi hora de adoración a las 6 de la mañana, antes de mi misa
a las 7. Otras veces era más tarde en el día, pero generalmente
un poco antes del mediodía. Yo le daba a mi Hora Santa la mayor
prioridad y la completaba antes de empezar mis deberes cotidianos, los
que incluían visitas a los asilos, enseñanza a los escolares
yvisitas a los enfermos.
Cuando
me “gradué” como pastor asociado, mi Hora Santa era más fácil
porque yo escogía las horas que fueran más convenientes,
antes de dedicarme a los deberes parroquiales. Como pastor yo fui asignado
a parroquias que tenían grandes deudas. Cuando me dí cuenta
de que mis habilidades no me permitirían resolver estos problemas,
se los entregué a Jesús en el Santísimo Sacramento,
con una Hora Santa, consagrándome a Él, junto con la parroquia.
¡No
transcurrió mucho tiempo antes de que, de diversas maneras inexplicables
para mí, las deudas fueron pagadas y la iglesia y la escuela empezaron
a prosperar! Esto me convenció más que nunca de la necesidad
de tener una Hora Santa diaria, ya que Jesús había prometido
que bendeciría los proyectos de los sacerdotes que se dedicaran
a Él.
En
1970 el Papa Pablo VI estableció la Comisión Pontifical para
el Cuidado de los Migratorios y los Refugiados, y yo fui nombrado como
ministro para atender a los hombres y mujeres encargados de trabajar con
los carnavales migratorios. Esto parecía una tarea insuperable para
un sacerdote rural que nunca había trabajado con trabajadores migratorios.
De
nuevo acudí al Santísimo Sacramento en mis Horas Santas diarias,
y las cosas empezaron a prosperar. Unos 400 carnavales, con 60,000
empleados, actúan en casi 4,000 ferias estatales y distritales en
los Estados Unidos y Canadá, y estos trabajadores desean los servicios
de la Iglesia. Debido a esto y dándome cuenta de mi insuficiencia,
puse el apostolado entero en manos de Jesús, con la promesa de orar
durante unaHora Santa ante del Santísimo
Sacramento en cualquier lugar que me encontrara.
La
Basílica de S. Dunstans (en la Isla Prince Edward, Canadá)
fue un lugar donde hice tres o cuatro Horas Santas, unacada
día que pasé allí, durante 18 años consecutivos,
mientras visitaba el carnaval en esa ciudad. Y esto fue sólo en
una ciudad. Dos días más hacía Horas Santas en la
catedral de Anchorage, Alaska, durante una visita al estado. Había
Horas Santas en San Pedro, en Roma, mientras visitaba el Vaticano para
hacer mi reporte anual sobre la obra con los migratorios. Y había
Horas Santas en Asís, en Fátima y otros lugares de Europa.
Parece
milagroso, pero es cierto, que siempre había capillas e iglesias
cerca de los muchos lugares a los que mi trabajo me llevaba y en las cuales
podía fácilmente hacer mi Hora Santa antes de ir al lugar
del carnaval. Un día, temprano por la mañana en Boston, cerca
del amanecer, salí en espera de encontrar una iglesia que estuviera
abierta. Me acerqué a un hombre bien vestido, cerca de la parada
del autobús. El me habló de una capilla que quedaba a unos
pocos pies de donde estábamos, ubicada en un edificio grande. Era
una capilla típica del centro comercial, y pertenecía a una
comunidad de hermanos religiosos. Desde ese día, la visité
regularmente durante algún tiempo.
Otra
vez fue en Salt Lake City, el hogar de los Mormones, a donde llegué
de noche y fuí a un hotel. A la mañana siguiente me levanté
temprano y caminé por una callecita que quedaba solamente a una
cuadra de mi hotel. Durante mi paseo, encontré una capillita en
un edificio comercial. Cuando entré en la capilla, me encontré
con que había hasta exposición del Santísimo Sacramento,
con Jesús esperando por mí.
Estas
capillitas escondidas en grandes edificios no son muy raras en nuestras
grandes ciudades. Toronto tiene una situada en el mismo centro del distrito
financiero, con la capilla en el el segundo piso de un gran complejo comercial.
En
otra ocasión, casi a la medianoche, llegué a un pueblecito
en Kinsley, Kansas, yfui informado
por un residente que su iglesia católica nunca estaba cerrada. A
esa hora temprana, cuando aún estaba oscuro, encontré el
camino a la iglesia, y allí, en completa soledad, tuve mi Hora Santa
con mi Señor.
Algo
similar ocurrió en Chatham, New Brunswick. El pequeño avioncito
en que viajaba llegó tres horas atrasado a Chatham, así que
fui directo al cuarto del motel a dormir. Temprano por la mañana,
me desperté, miré por la ventana yvi,
no lejos, las torres de la basílica. No tarde mucho en encontrarme
con Jesús en una cómoda capilla lateral. Esto nos recuerda
las palabras de S. Claude con respecto a Jesús en el Santísimo
Sacramento: “Puedo encontrarte en dondequiera que voy.”
Todos los años, en enero y febrero, tenía que visitar a los trabajadores en sus paraderos durante el invierno. Mi primera parada era Tampa, Florida, donde había una iglesia jesuíta a menos de una cuadra de mi cuarto y a donde iba todos los días para mi hora de adoración. Después seguí para Minneapolis, y no lejos del lugar donde paraba había una iglesia a la que podía ir a pie. De ahí volvía
Después
de casi 50 años de sacerdocio y de Horas Santas diarias, yo atribuyo
mi perseverancia y éxito al tiempo pasado con Jesús en el
Santísimo Sacramento. El sacerdocio es una verdadera vocación
sagrada, con la predicación, la enseñanza, los sacramentos,
el cuidado de los pobres y los enfermos, y tantos otros ministerios espirituales.
Pero
el sacerdocio es también una vida solitaria, y muchas veces difícil
y gravosa cuando los sacerdotes tienen que lidiar con problemas de la parroquia
(como deudas), y experimentar falta de cooperación y aún
sufrir críticas.
Naturalmente,
con su propia fuerza solamente, un sacerdote quizás no pueda hacerle
frente a todo esto. Pero, sobrenaturalmente, con la gracia de Dios, él
puede hacerlo todo. Elcompartir
sus problemas y dificultades con Jesús en el Santisimo Sacramento
aliviará las cargas. El sacerdote puede acudir a Jesús
en el Santísimo Sacramento, en cualquier momento del día
y de la noche, para contarle sus problemas.
Al
llegar al final de mi vida, de mi sacerdocio y mis deberes, atribuyo todo
el crédito por cada uno de mis éxitos a mi Hora Santa
diaria.
A
la hora de mi retiro del ministerio parroquial, la principal petición
que hice a mi obispo fue que yo pudiera tener el Santísimo
Sacramento
reservado en una capilla en mi residencia. Es ahí donde paso mi
Hora Santa y otros tiempos todos los días, intercediendo
por
la Iglesia y sus sacerdotesque continúan
en servicio activo.
Cuando
vengo a la capilla para comenzar mi Hora Santa diaria, hablo con las mismas
palabras que he usado durante los años
con
Jesús en el Santísimo Sacramento: “Cuando los ángeles
en el santuario Te estén bendiciendo y yo esté en mi última
agonía, recuerda este día, esta capilla y esta hora Contigo.”
¡Comenzad la Adoración
Eucarística Perpetua en vuestra parroquia hoy!
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